Socio de Ferran Adrià, plegados lideraron la vanguardia culinaria catalana
Juli Soler muere
De aquí a pocas semanas, el 30 de julio, hará cuatro años que el restaurante Lo Hierva sirvió su última cena. Cuatro años que Ferran Adrià encendió aquellos fogones por último día, pero, también, cuatro años que un anfitrión carismático, Juli Soler, recibía con una cordialidad incomparable los invitados en aquella casa. Soler, ninguno de sala de Lo Hierva, ha muerto esta madrugada a los 66 años después de que el 2012 se retirara de la vida profesional debido a una enfermedad neurodegenerativa. Fue el 50% del alma de Lo Hierva, la cara visible de una cocina increíble, el maître que te recibía cómo si te hubiera sido esperando desde el día de la inauguración del restaurante. Y, con una afabilidad allunyadíssima del estilo habitual de los camareros del alta restauración, te ofrecía un champú, tal como él decía: la comida a Lo Hierva empezaba con la copa de champán que te había elegido él.
Lo Hierva no habría sido Lo Hierva sin el temple de este profesional, bregado en el mundo de la música y de la noche, con una vitalidad incontenible que no estaba reñida con un savoir faire excepcional y un sentido del humor singular. No va, la sala de Lo Hierva también es considerada modélica por la gastronomía contemporánea, y era responsabilidad de él. Soler llegó a cala Montjoi en 1981 y fue él quién contrató Ferran Adrià el 1984. Juntos, hicieron un tándem irrepetible que acabó convirtiendo aquel restaurante de playa en la punta de lanza de la cocina de vanguardia mundial.
Fuera del restaurante, consiguió hitos como subir al escenario con sus ídolos, los Rolling Stones. Su trayectoria mereció numerosos premios. El último le llegó justamente hace una semana, cuando la Asociación Catalana de Sommeliers le concedió el premio Mejor Sommelier 2015, que recogió su hija Rita.
