Del roble al iceberg: tipos, usos y trucos para preparar la lechuga

Os explicamos qué tipo de lechuga es mejor para cada ocasión y os contamos por qué es menester comprarla entera

LARA SÁNCHEZ

19/11/2021

Cada vez es menos habitual ver a alguien comprar una lechuga completa, con todas sus hojas. Los supermercados han acabado por ofrecer la bolsa o las bandejas preparadas, y los restaurantes y los particulares han caído en la tentación de comprarlas o de ofrecerlas al público. Son muchos los que piensan que comprando esta bolsa acaban ganando económicamente, pero nada más lejos de la realidad. Una lechuga entera tiene más frescura, más vitaminas y no contiene gas inerte. Además, acaba siendo más barata que la bolsa, que se ha de tirar a los dos o tres días. ¡Aquí os contamos algunos secretos de la lechuga que vale la pena saber!

 

Lechuga romana / Thinkstock

Lechuga romana / Thinkstock

Una lechuga para cada uso

  • Hoja de roble. Para dar color a las ensaladas variadas. Tiene la hoja crujiente, firme y rizada. Es de textura fuerte y proporciona un gusto dulzón al plato.
  • Mantequilla. Una lechuga de gusto fino y sabroso, con textura mantecosa y hojas finas, que la hacen apta para comerla cruda, en ensaladas, rellenos, envoltorios... Pocas calorías y mucha agua.
  • Escarola. Para el 'xató'. Una planta invernal con las hojas de un color verde claro y un sabor más bien amargo. Puede ser de hoja lisa o rizada, como la de cabello de ángel.
  • Romana o larga. La lechuga más típica. Una lechuga de hojas alargadas, con los bordes enteros y un nervio central ancho, blanco y crujiente. Para ensaladas y bocadillos.
  • Maravilla. Para dar gusto y color a las ensaladas. De hojas onduladas, con los bordes rizados y consistentes, que forman un cogollo redondeado y denso.
  • Iceberg. Una buena propuesta para guarniciones y cócteles de gambas. Con las hojas largas redondeadas y crujientes, tiene forma de cogollo compacto. Es muy resistente al frío.
  • Trocadero o francesa. Una variedad redondeada, con hojas suaves y dispersas, de aspecto carnoso, bordes lisos y ondulados y poco crujientes, y un nervio central poco desarrollado.
Cultivo de lechuga / Thinkstock

Cultivo de lechuga / Thinkstock

Cómo conservar la lechuga

  • De entrada, fresca. Que no esté nada mustia y que tenga, incluso, gotitas de agua (de origen, se entiende).
  • Cuanto más verdes, mejor. Las hojas exteriores son más sabrosas y saludables. Aprovechadlas.
  • En la nevera. Conservad la lechuga en la nevera sin que toque las paredes, en la zona menos fría y dentro de una bolsa.
  • Despacio. Arrancad las hojas que haga falta, y el resto que continúe entero y sucio en la nevera.
  • Con las manos. Lavarla de golpe y meterla en la nevera activará su oxidación; para minimizarla, arrancad las hojas con las manos y no las troceéis.
  • Metálico, no. Si decidís usar un cuchillo, que sea de cerámica (o de plástico). El metal oxida.
  • A chorro de grifo. No dejéis las hojas en remojo. Lavadlas de una en una y secadlas enseguida.
  • Huir del centro. ¿Secarlas o quitarles el agua os da pereza? Centrifugadlas.
  • En la mesa. Aliñadla al momento. Si lo hacéis antes, el ácido del vinagre la marchitará.
  • De casa. Comprad lechuga de variedades diferentes y mezcladlas. El 'mezclum' casero es más barato, sabroso y nutritivo que el de bolsa.
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