Najat Kaanache: "Tenemos la oportunidad de cocinar juntos un cambio social"

La cocinera marroquí Najat Kaanache reflexiona sobre la situación actual

La xef Najat Kaanache © Enrique Marco

La xef Najat Kaanache © Enrique Marco

 

Desde la medina de Fez (Marruecos), en plena pandemia mundial, la cocinera Najat Kaanache ha aprovechado un pequeño descanso de su ajetreado día a día —ha convertido su restaurante gastronómico, Nur, en el centro desde donde organiza su iniciativa de asistencia alimentaria para ayudar a afrontar la crisis en su ciudad— para dirigir unas palabras a los lectores de CUINA. Kaanache, que encontró en la cocina el medio con el qué expresarse, usa esta vez la palabra para transmitir lo que piensa y lo que siente en estos momentos de cambio histórico. Después de haber vivido, viajado y cocinado por medio mundo, esta carta refleja su esperanza en la agricultura, la ganadería y la pesca, junto con la cocina, como una inspiración para un futuro de la Humanidad más justo.

Desde Marruecos, he reflexionado mucho durante estos días, en medio de esta absurda situación. He reflexionado siendo hija de inmigrantes y siempre sintiéndome inmigrante allá por donde paso.

Porque algún sentido tiene que tener todo esto. Nos hemos visto obligados a vivir de otra manera, a tener miedo a ver la vida con valor. Me he imaginado que me ponía en la piel de la COVID-19, y que la COVID-19 tenía algunas palabras de compasión y las expresaba en una carta para que la entendiéramos. He querido darle sentido a esas palabras desde la bondad, la humildad y el sentido común. Y estas son las palabras que he podido plasmar sobre el que es, quizás, el deseo de esta pandemia.

Hola, soy la COVID-19. Muchos me conocéis porque soy una pandemia, perdonad que no avisara de mi llegada.

He podido llegar a todo el mundo casi al mismo tiempo… ¿Por qué estoy aquí? 

Porque estaba harta de ver cómo os agredís, como destrozáis el mundo, como os abandonáis, como destrozáis vuestros valores y como os vendéis por nada. Creo que los seres humanos se venden por nada. Me daría gusto ver que todos entendéis que sois iguales. Mi llegada es solo para que reflexionéis y podáis cuidaros los unos de los otros. Que os queráis más, que cocinéis más y que penséis que lo único que tiene valor es el alma del ser humano cuando comparte lo que tiene. Por lo tanto, quedaros en casa, sentid más, daros más cariño, preocuparos por vuestro hijos y sentid la vida. 

Como cocinera, he entendido que la cocina es la conexión entre todos los humanos, la verdadera razón por la que vivimos. Vimos para vivir, disfrutar, sentir, compartir, reír y llorar. La cocina nos une por su riqueza y nos enseña a querernos si, cuando cocinamos, lo hacemos con cariño para aquellos a los que amamos .

La energía en la cocina

¿Cuál sería la conexión entre la cocina y el cerebro? Para mi serían los sentidos que se despiertan cuando la mente recuerda ciertos momentos. El cerebro es un gran músculo que puede archivar la memoria de muchas décadas. Y la puede archivar a través de los sentidos que se generan cuando cocinamos. El cerebro consume mucha más energía que cualquier otro órgano del cuerpo humano, pero esta supuesta pérdida de energía, a la hora de cocinar, casi siempre tiene un resultado positivo.

Hay que tener comida en la mesa todos los días, mientras dure la COVID-19 igual que cuando ya no esté. Quizás ahora que estamos en casa comemos más, con más ansiedad, pero no hace falta: hay que sentir la lógica a la hora de comer. Todos tenemos que comer, y la tierra no va a parar de producir. Aunque durante esta locura, si la situación se complica mucho, algunos sectores los van a pasar mal. Pensad en el de los lácteos, en cuánta leche se está echando a perder… 

Najat Kaanache. © Enrique Marco

Con la pandemia, los hábitos cambiarán. Quizás la gente empezará a comer más vegetales que proteínas animales. Pero no nos olvidemos de los ganaderos. Se lo debemos todo también a ellos, sin su trabajo los restaurantes no podríamos funcionar.

Durante estos días, todavía más, trabajar en el campo entraña riesgos para aquellos que lo hacen diariamente. Sacrifican sus vidas para garantizar nuestros alimentos. Si tenemos la despensa llena en cada casa o si algunos podemos llegar a ser grandes chefs es gracias a ellos. Gracias a ellos, que entregan su alma y miman sus cultivos, aunque sea una humilde tomatera, es posible que gente como yo podamos desplegar nuestra creatividad a través de la madre naturaleza.

La semilla y el alma del trabajo

Pero hay que saber que la semilla y el alma de todo este trabajo, la mayoria de las veces, las ponen inmigrantes mal pagados a los que les robaron los sueños de una vida mejor. Ellos son los verdaderos héroes. A ellos hay que aplaudir, mimar y cuidar, porque sufren y lo sacrifican todo para que ese tomate llegue a nuestro plato como un corazón.

Ahora, nuestra responsabilidad como sociedad es escalar esta montaña que nos ha aparecido. Pero estas mismas dificultades nos ayudarán a mirar hacia nuestro interior y a que cada uno saquemos lo mejor de nosotros. Aportemos el tesoro que cada uno esconde, nuestra historia personal única. Tenemos que colaborar globalmente a un gran cambio social. Estamos cocinando lo más primordial del ser humano: estamos convirtiéndonos en seres humanes con compasión y generosidad sin fronteras.

Y en el acto de cocinar, ¡hay tanta libertad! A través de la cocina nos vamos transformando a lo largo de nuestra vida, de niños a ancianos. La cocina de cada uno cambia y nos cambia. De aquí la importancia de los pequeños productores, que nos acompañan siempre. Necesitamos escucharlos y comprenderles y, en unas circunstancias tan difíciles como las actuales, encontrar la manera de apoyarles para que no desaparezcan. Ellos —campesinos, ganaderos, pescadores— equilibran nuestra supervivencia.

En  esta sociedad, lo de la igualdad no es un menú que pides cuando naces. En las circunstancias que estamos enfrentando hoy, nos damos cuenta de que hay un gran apetito de cambio social. Tenemos la oportunidad de cocinarlo juntos, de crear una sociedad en la que todo el mundo tenga resuelto el derecho de ser alimentado. De acabar con el despilfarro alimentario en un planeta en el que, hasta hoy, hay habitantes que no tienen ni para comer.

Cuando podamos entender que para aceptarnos como sociedad tenemos que sentir diferentes culturas, colores, sabores y tradiciones, sabremos el valor que tiene la diferencia entre los seres humanos, y que el valor de nuestra identidad es formar parte de esa diversidad. El comer no tiene que ver con nacionalidades o países, tiene que ver con la tradición y la aceptación de cada uno. Eso nos hace más humanos. Y cuanto más humanos seamos, más saludables seremos.

 

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